Este blog quiere ser un soporte de apoyo al desarrollo de mis actividades literarias, especialmente a la poesía.
viernes, 17 de octubre de 2008
NOCHES DE OCTUBRE EN EL ATENEO DE LA LAGUNA (TENERIFE)
En el Ateneo en esta semana han presentado sus nuevos libros dos grandes poetas: MIGUEL MARTINÓN, que presentó su obra titulada Desde este otoño, y CECILIA DOMINGUEZ con su simpático Bestiario
Ambos poetas, cada uno en su estilo, han presentado su obra que han hecho las delicias del concurrido público que asistimos ya ansiosos a saciar nuestra sed de poesías, con estas primeras gotas de la poesía del otoño lagunero.
Yo hasta ahora no había leído a Miguel y me sorprendió gratamente su enorme sensibilidad, ese interior poético cargado de metáforas tan nítidas para los que conocemos nuestra terruño y lo sentimos de esta misma forma entrañable con la que nos lo describe. Este conjunto de poemas que se nos presenta ante nosotros, lleva una lectura profunda y serena para poder extraer toda la riqueza que esconde su contenido.
La poesía de Cecilia, es mucho más fresca, más risueña, así como es ella, con su típico humor canario con doble sentido. No por ello deja de ser profunda, ya que como yo le dije anoche al felicitarla..¡qué facilidad tienes para decir tanto en tan pocas palabras!
Pues vean si no, lo que dice al versar al ciempié
...¿Para qué tantas huellas si nadie ha de seguirte?...
No me dirán que no lleva tela. ¿eh?
domingo, 5 de octubre de 2008
MIS MEMORIAS: MI CASA
Esta vez, en el curso que estoy haciendo de Técnicas Narrativas, me han pedido que escribiera sobre el significado que ha tenido mi casa para mi. Me sorprendí a mi misma porque yo siempre he pensado que soy una persona de las que disfrutan de su casa, una persona casera, pero he descubierto algo insólito: No siento ningún apego por ninguna de las casas en las que he vivido.
Este es mi escrito:
"Mi casa: En realidad mi casa....soy yo misma. No siento ahora desde la distancia ningún sentimiento de apego o nostalgia de las casas en las que he vivido a lo largo de mi historia.
La primera casa en La Gomera, que fue en la que nací, no era nuestra sino del amo, nosotros sólo éramos medianeros.
La segunda, que fue la primera aquí en Tenerife, la construímos con nuestras propias manos ayudando a mi padre a hacerla, pero esa...no la quiero recordar.
La tercera, que fue mi verdadero hogar, donde nacieron y donde crié a mis hijos, también pasó con sus penas y sus glorias.
Y por último, en la que habito ahora, que es una casa grande, muy bonita, pero que después de vivir en ella durante siete años, todavía no la siento como mía.
No, definitivamente, a mi las casas físicas no me interesan. Además (ahora en broma) hay que mantenerlas siempre limpias y en orden y cocinar en ellas y volver a limpiarlas, etc. ¡Ahh y pagar la hipoteca....qué horrorrr!!
Por eso me doy cuenta en este momento que mi casa soy yo, yo, con todo lo que llevo dentro. Y donde quiera que vaya, esa será mi casa, ese lugar íntimo en el que yo me encuentre a gusto, en el que pueda estar tranquila para pensar, sentir, escribir o simplemente soñar despierta y disfrutar con mis cosas, que casi siempre son mis libros, agendas, cuadernos, mi grabadora y ulltimamente, mi ordenador.
Sinceramente, no tengo casa, mi casa soy yo y no necesito recordar con añoranza ninguna casa, pues yo soy como el caracol...la llevo puesta"
sábado, 4 de octubre de 2008
MI INFANCIA:ATARDECERES DE SEPTIEMBRE EN LA GOMERA
En el curso de Técnicas Narrativas para escribir Mis Memorias nos ha tocado escribir sobre momentos de nuestra infancia, y naturalmente yo me metí de lleno en aquellos recuerdos que guardo de La Isla de La Gomera, de aquellos atardeceres de septiembre que tanta huella dejaron en mi forma de ser. Y escribí:
"Es ahora, con la perspectiva que da el paso de los años, cuando puedo comtemplar mi infancia, aquella etapa de mi vida que siempre hasta hora me había parecido tan triste, pobre y hasta rayando en lo miserable. Ahora se abre ante mi memoria como un cuento mágico lleno de fantasía y pienso que tuve la infancia más maravillosa que se puede desear en estos tiempos.
Crecí en contacto permante con la Naturaleza, entre sembrados de trigo, cebada o millo, en un pequeño caserío en mitad de una lomada llamada “Lomada de los Almácigos”, lugar remoto y apartado de todo vestigio de civilización, entendiendo por civilización las formas de vida modernas. Allí no había comodidades, todo había que inventarlo, y si no te gustaba lo que te rodeaba, bastaba con imaginarlo.
Si tengo que contar momentos de mi infancia, me quedo con uno de los más significativos para mi: los atardeceres de septiembre.
Septiembre es el mes de mi nacimiento y tiene para mi un halo especial, pues es el mes de la armonía, la calma, la serenidad, ya que pasada la exaltación de alegría que da el verano, no ha llegado todavía los rigores del frío del otoño.
En septiembre, los atardeceres son espectaculares. Cuando el disco solar se va acercando a la línea del horizonte, podemos admirar cómo va el cielo adquiriendo gradualmente toda una gama de colores cálidos. Es en ese momento de la tarde cuando ya no se me necesita en casa ni para atender a mis hermanas pequeñas, ni para pastorear las cabras o para ir a recoger hierba o leña para el fogón.
Entonces me iba a la era y me subía en las montañas de paja recién trillada, deslizándome por ella o dando “la vuelta de carnero” o voltereta.
Luego me tendía sobre la paja y miraba al cielo, y así me quedaba observando cómo iba oscureciendo y el cielo se iba llenando de estrellas.
Eran momentos de paz y tranquilidad y todavía cierro los ojos y puedo escuchar aquel silencio, roto solamente por el cri-cri de los grillos.
Estos atardeceres de septiembre son los responsables de esta forma de ser mía lenta y pausada, que tantos problemas me ha acarreado a lo largo de mi vida, en este mundo actual del movimiento y su eficacia.
Pero no importa, yo, al igual que mi abuelo, cada septiembre, levanto la vista al cielo y hago balance de mi vida, y entonces también me digo .....¡no ha estado mal la cosecha, no ha estado mal!"
"Es ahora, con la perspectiva que da el paso de los años, cuando puedo comtemplar mi infancia, aquella etapa de mi vida que siempre hasta hora me había parecido tan triste, pobre y hasta rayando en lo miserable. Ahora se abre ante mi memoria como un cuento mágico lleno de fantasía y pienso que tuve la infancia más maravillosa que se puede desear en estos tiempos.
Crecí en contacto permante con la Naturaleza, entre sembrados de trigo, cebada o millo, en un pequeño caserío en mitad de una lomada llamada “Lomada de los Almácigos”, lugar remoto y apartado de todo vestigio de civilización, entendiendo por civilización las formas de vida modernas. Allí no había comodidades, todo había que inventarlo, y si no te gustaba lo que te rodeaba, bastaba con imaginarlo.
Si tengo que contar momentos de mi infancia, me quedo con uno de los más significativos para mi: los atardeceres de septiembre.
Septiembre es el mes de mi nacimiento y tiene para mi un halo especial, pues es el mes de la armonía, la calma, la serenidad, ya que pasada la exaltación de alegría que da el verano, no ha llegado todavía los rigores del frío del otoño.
En septiembre, los atardeceres son espectaculares. Cuando el disco solar se va acercando a la línea del horizonte, podemos admirar cómo va el cielo adquiriendo gradualmente toda una gama de colores cálidos. Es en ese momento de la tarde cuando ya no se me necesita en casa ni para atender a mis hermanas pequeñas, ni para pastorear las cabras o para ir a recoger hierba o leña para el fogón.
Entonces me iba a la era y me subía en las montañas de paja recién trillada, deslizándome por ella o dando “la vuelta de carnero” o voltereta.
Luego me tendía sobre la paja y miraba al cielo, y así me quedaba observando cómo iba oscureciendo y el cielo se iba llenando de estrellas.
Eran momentos de paz y tranquilidad y todavía cierro los ojos y puedo escuchar aquel silencio, roto solamente por el cri-cri de los grillos.
Estos atardeceres de septiembre son los responsables de esta forma de ser mía lenta y pausada, que tantos problemas me ha acarreado a lo largo de mi vida, en este mundo actual del movimiento y su eficacia.
Pero no importa, yo, al igual que mi abuelo, cada septiembre, levanto la vista al cielo y hago balance de mi vida, y entonces también me digo .....¡no ha estado mal la cosecha, no ha estado mal!"